Jornadas Castrum Draconis

IntroducciÓn

Todavía puedo escuchar el sonido de sus gritos de guerra. Sus alaridos enloquecidos, sus rugidos furiosos. Ese sonido te pone los pelos de punta, ¿entiendes? Cuando estás entre los árboles o entre dos paredes de roca y apenas puedes moverte o formar, cuando tu oficial no alcanza a darte una orden que os salve la vida a todos, comienzas a comprender el miedo. Pero el terror se apodera de ti cuando las líneas comienzan a caer. No sabes desde dónde, pero sabes que la muerte te acecha. El legionario que tienes a tu derecha cae al suelo de una sola pedrada y el de delante se da la vuelta sólo para ser alcanzado con una flecha por la espalda, el pilum te tiembla en la mano y no eres capaz de buscar un objetivo.

Esos bárbaros te acechan y te esperan. Mientras subes por la montaña notas unos ojos clavados en ti, escuchas un trino quizá demasiado humano... Notas de algún modo que se mueven entre la maleza o que trepan por las cornisas de piedra sin mover ni un canto. Y cuando te ven débil, su líder alza un grito y patean el suelo con fuerza, y lo siguiente que notas es la embestida de sus escudos con una furia tal que cualquiera pensaría que son ciudadanos de Roma...

Te lo digo, Publio: han pasado tres años desde que acabaron las Guerras Cántabras, pero todavía me asalta el temor en las noches frías, cuando escucho algo que me estremece y creo sentir de nuevo el filo de una falcata...

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